domingo, 22 de febrero de 2009

Turbulencias

Siempre con la misma cantinela. Irremediablemente la semana previa a tomar un vuelo hacia donde sea, Arturo expresaba los curiosos síntomas de su aerofobia. Bordarini no lo admitía, pero representaba al uno, que de cada tres personas tiene miedo a volar. “¡Paren el avión!”, dicen que gritaba desesperadamente parado sobre una de las butacas de la aeronave de Ethiopian Airlines en uno de sus vuelos a Amsara, la capital de Eritrea. A pesar de sus pesares, volaba.

Curiosamente, durante los siete días previos al despegue de su avión, Arturo, en reuniones, ágapes, congresos o salas de espera literalmente explotaba en una incontrolable verba referida a hazañas de la aviación de principios del Siglo XX. Se prendía fuego narrando anécdotas de arriesgados aviadores, las contaba en Technicolor, con absoluta pasión y admiración.


Las historias preferidas de Bordarini, de las cuales no omitía detalles ingenieriles, mostrando cierta complicidad con los héroes de otrora, eran las que tenían cierto toque latinoamericano. Entre ellas nunca faltaban la de la hazaña del alemán volador, Gunther Plüschow, que con su hidroavión en diciembre de 1928, y asombrando a los habitantes de Ushuaia, acuatiza en su virgen bahía para entrega la primer saca de correo por vía aérea con saludos del gobernador de Magallanes al gobernador de Ushuaia, y también una encomienda postal para uno de los reclusos de la famosa prisión de Ushuaia. Otra historia que Arturo relataba siempre era la del aeronauta brasileño Alberto Santos Dumont quien, a pesar de hermanos Wright, fue el primer hombre en despegar a bordo de un avión impulsado por un motor aeronáutico en octubre de 1906 cumpliendo un circuito preestablecido, bajo la supervisión oficial de especialistas en la materia, volando cerca de 60 metros a una altura de 2 a 3 metros del suelo en París. De Santos Dumont siempre rescataba su arrojo, ilustrándolo con el vuelo de septiembre de 1909, en el que, volando sobre una multitud, sin colocar las manos en los comandos de la aeronave y llevando un pañuelo en cada mano, arrojó los mismos cuando pasó por sobre el gentío. A Bordarini, quizá la que más le gustaba, era la del cruce del Río de la Plata en el globo El Pampero en diciembre de 1907, en el cual Jorge Newbery y su acompañante Aarón unieron Buenos Aires y Conchillas; de ésta no tenía demasiados datos, pero le gustaba relatar las andanzas del “Cajetilla” Newbery.

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