Cuando Arturo Bordarini, observando desde su sillón de mimbre la pasividad de las aguas del río Liujiang, rubricó el famoso reporte "Anthropogenic Impact and Environmental Changes in Karst Landscape in Liuzhou, China" jamás imaginó lo que tiempo después sucedió.
El estudio fue encargado en 1979 por una ONG Australiana; y Arturo, viejo conocedor no chino de la zona, lo terminó en el invierno de 1980. Ese tomo de 137 páginas, referencia invevitable para quienes luego declararon a la región Patrimonio de la Humanidad, precisaba algunas cuestiones posteriormente discutidas, y hasta ignoradas.
En aquel momento, en las afueras de Liuzhou, una cantera de piedra caliza brutalmente gestionada dejaba al descubierto el singular interior de cinco montañas. Arturo en su informe hizo especial foco en ese sector, y sus más duras recomendaciones se inclinaron hacia la necesidad de abandonar la cantera y prohibir todo tipo de actividad en un radio de al menos diez mil metros. Bordarini alegaba inestabilidad de taludes, altísimas tasas de erosión y probabilidad de ocurrencia de movimientos sísmicos; además de ofrecer una novedosa explicación acerca del mote de "Ciudad de los Dragones" a la ciudad de Liuzhou.
Planificadores avezados, gobiernos audaces y las veleidades de la creciente clase media china hicieron atractivas las laderas demonizadas por Bordarini. En el 2006, el equipo de arquitectos holandeses MVRDV presentó el proyecto de una inmensa área residencial de lujo en esa zona.


El debate modernidad-posmodernidad tiene aquí un nuevo capítulo.